Se ha demostrado que el ejercicio físico regular disminuye en el cuerpo la proteína C reactiva y otros marcadores inflamatorios como las citoquinas, presentes en muchos cuadros de dolor.
El ejercicio físico produciría una cierta inflamación a corto plazo pero una reducción de la misma a largo plazo. Esta relación con la mejora inflamatoria parece estar también relacionada con el menor riesgo de enfermedad coronaria en relación con el ejercicio físico.
En la misma línea, un trabajo respiratorio diagfragmático regular (10 minutos al día) es capaz de disminuir la acidifiación del medio en el cuerpo a través de una menor concentración de CO2, lo que crearía un ambiente menos “pro-inflamatorio”.
El ejercicio físico se ha visto que contrarrestra la vasoconstricción periférica y disminuye el estrés, depresión y fatiga.
En el caso de la fibromialgia, mejora la calidad del sueño y puede interrumpir la interacción entre el estrés físico y las otras alteraciones. Por esto, se le considera la terapia de elección.
Además, a través del ejercicio, nuestro cerebro es capaz de activar vías nerviosas que liberan sustancias analgésicas (opioides, serotonina, endorfinas), bloqueando en la médula aquellos estímulos dolorosos que lleguen desde nuestras articulaciones, músculos o cualquier otro tipo de estructuras.